jueves, 18 de diciembre de 2014

¿SOMOS LOS ÚNICOS PRIMATES CON CULTURA?





    El Museo de la Evolución Humana de Burgos es un lugar excepcional por los fósiles que atesora, procedentes de la excavación de la Sierra de Atapuerca, que ya nos ha dado información muy novedosa respecto a la población de Europa y las hipótesis acerca de la evolución humana fuera de África. Sus codirectores, Arsuaga, Bermúdez de Castro y Carbonell, son unas autoridades mundiales en la materia por sus trabajos exhaustivos, pero también por su capacidad de comunicar sus hallazgos de una forma didáctica y fácil de entender , sin perder nada del rigor. 

   El Museo, además de por los fósiles y los codirectores, merece la pena ser visitado por la gente joven que trabaja allí con un entusiasmo y un agrado digno de encomio, pero, además, con una formación muy sólida y un trato extraordinario. 

   Esta entrada, además de este merecido homenaje al Museo y sus gentes (con y sin carne), quiere familiarizados con este mundo activo a través de un interesante artículo de Jose Mª Bermúdez de Castro relativo a una cuestión candente en la búsqueda de lo que significa ser humano: ¿es la cultura un patrimonio exclusivo del primate humano, o hay también algo de ella en otros primates?

   Aquí pongo el enlace al artículo, pero creo que la página del Museo merece todo un paseo por ella. 


martes, 2 de diciembre de 2014

EL TEETETO DE PLATÓN Y EL ARTE DE LAS PARTERAS

   Platón en su Teeteto, diálogo que explora el conocimiento científico,hace una magnífica aportación a un arte eminentemente humano, como es el de las personas que ayudan a las mujeres en el trance de dar a luz, ya que la evolución nos hizo bípedos y cabezones, y ambas características tienen un conflicto bastante serio en la arquitectura de la pelvis.

    Pero Platón no se detiene en estas consideraciones, sino que  él encuentra en este arte - el de la madre de Sócrates - una excelente metáfora de lo que entiende por el proceso dialéctico en el que Sócrates era el maestro indiscutible. En el artículo del blog ATENEAS que aquí pongo, encontraréis algunos pasajes del diálogo de Platón, justo cuando habla de esta similitud de profesiones entre Sócrates y su madre.

http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2014/10/un-espacio-casi-femenino-comadronas.htm

domingo, 15 de junio de 2014

WILDER MANN. EL HOMBRE SALVAJE EUROPEO

Babugeri,  un hombre salvaje de Bulgaria


Tendemos a pensar en el salvaje como una figura que apareció en nuestro imaginario colectivo a   raiz del contacto de Occidente con otros pueblos, fundamentalmente tras el descubrimiento del Nuevo Mundo. Sin embargo, los estudios del antropólogo mexicano Roger Bartra sobre el mito del salvaje muestran que se trata de un arquetipo con un profundísimo calado histórico. En realidad, la identidad cultural de Grecia, Roma, el mundo cristiano medieval y el Renacimiento pudo definirse gracias a que existía un Otro imaginario, el Salvaje, que servía de referente negativo al hombre civilizado, como un espejo deformante en que este podía mirarse y reconocerse como miembro de su propia sociedad. Bartra evidencia que toda fase del progreso cultural y político en Occidente ha tenido un contrapunto salvaje, que moraba en las fronteras de la civilidad. Esa figura especular del salvaje se ha mantenido inalterable en sus rasgos básicos a lo largo de milenios, mientras que otras de sus características se han ido adaptando a los sucesivos cambios. Esa  identidad sustancial es lo que mantiene vigente la función del mito del salvaje como polo opuesto al hombre civilizado. Nos vamos a ocupar aquí de un momento concreto en esa larguísima trayectoria mítica, el de Wilder Mann, el hombre salvaje de los bosques europeos, examinando los antecedentes históricos que desembocaron en esa figura y profundizando en su increíble pervivencia hasta nuestros días.
1. Los primeros salvajes europeos
Es importante advertir desde el principio que los salvajes descritos por la tradición no se referían a seres reales sino a personajes inventados, creados por la mentalidad popular, que los situaba más allá de los lugares habitados por los hombres. El salvaje ha adoptado a lo largo de la historia una tipología muy variada: los seres mitológicos híbridos, mitad hombre, mitad animal, los anacoretas del desierto y el homo sylvestris medieval, pero también monstruos como Frankenstein, las brujas, las mujeres barbudas y la mujer pantera, o superhéroes oscuros por su naturaleza dual, como Spiderman. Todos ellos, a pesar de sus evidentes diferencias, comparten múltiples elementos comunes: se trata de seres inquietantes, asociales, a medio camino entre el hombre y la bestia y, por ende, inclasificables. Algunos de sus aspectos tenían una consideración  positiva, como sus poderes naturales, mientras que otros constituían una amenaza directa contra el orden establecido.
Hércules vence a un centauro
Los griegos distinguieron netamente entre bárbaros y salvajes. Los primeros eran los pueblos que no hablaban griego y quedaban fuera del ámbito de la polis. En cambio, los salvajes o agrioi formaban parte de la cosmovisión griega pero en la categoría de seres incivilizados. Así ocurría con las ninfas montaraces; las implacables amazonas, que renegaban de su feminidad; los centauros, silenos, sátiros, el minotauro...seres con atributos animales, lascivos y violentos, que habitaban en los lindes de la civilización. Aunque podían dar muestras de bondad, llevaban una vida dominada por los apetitos más bajos, ajena a las convenciones sociales. Ese carácter transgresor se ve bien reflejado en la Odisea. En contraste con Ulises, el hombre social por excelencia, el cíclope Polifemo no respeta la sagrada ley de la hospitalidad; carece de buenas maneras, pues no sabe mezclar el vino puro con agua para evitar emborracharse; y no observa los tabúes más importantes, como la prohibición de comer carne humana. Otros ejemplos muy claros son la hechicera Circe, que transforma a los hombres en cerdos, o la ninfa Calipso, hija del titán Atlas, que egoístamente intenta atar a Ulises a su pasión amorosa, apartándolo de sus altas responsabilidades como esposo, padre y rey de Ítaca. Otro caso serían las bacantes o ménades, que liberaban su lado animal en las orgías dionisíacas y que, en plena ebriedad, mataron y despedazaron al cantor tracio Orfeo.
 En la tradición grecorromana, la naturaleza que amenazaba a la cultura tomaba cuerpo en esos seres salvajes habitantes de los bosques, las montañas y las islas remotas. Para la cosmovisión hebrea, en cambio,  el desierto que circunda las zonas habitables era la naturaleza en retroceso. En su huida dejaba al descubierto un lugar sin leyes, en el que moran las fuerzas del mal, un espacio para el pecado y la locura. Es precisamente en el desierto donde Juan el Bautista y Jesús tuvieron que luchar contra las tentaciones del demonio, como muchos siglos antes lo habían hecho también los israelitas durante su largo camino de vuelta desde Egipto a la Tierra Prometida.
Las tentaciones de san Antonio, vistas por El Bosco
 En la Antigüedad tardía, el desierto o la naturaleza más agreste fueron los escenarios donde los monjes pusieron a prueba su fortaleza moral frente al diablo. Simon el Estilita (s.V) vivió en el desierto de Siria durante 37 años, encaramado a una columna y cubierto solo con sus largos cabellos. Podemos reflexionar sobre su aventura surrealista  a través de la divertida mirada de Buñuel en la película  Simón del desierto de 1965 ( http://vimeo.com/26224452).

Estos ermitaños interiorizaban el desierto como estado anímico, desafiando el modelo de vida social. Resultaban excéntricos por su ascetismo, su frugalidad, su celibato, su descuidado aspecto, desnudos o cubiertos con pieles o con sus propios cabellos y sus pobladas y luengas barbas, su completa soledad rota solo por algún fiel animal. También la imaginería de la Magdalena penitente en el desierto responde a esa figura del salvaje medieval. Pero el pelo en estos personajes  místicos no era un rasgo diabólico sino de santidad, ya que los  protegía frente a los poderes del mal.

2. El salvaje medieval
La transición al salvaje medieval, heredero tanto del modelo grecolatino como del judeo-cristiano, se produjo a través de las leyendas de San Juan Crisóstomo y Merlín. Su enseñanza era que el sabio debía fundir su existencia enteramente con las fuerzas del cosmos, para alcanzar el don profético y adivinatorio. Por otro lado, las mitologías céltica, escandinava y centroeuropea daban cabida a seres animalescos y a espíritus de la vegetación, análogos a los del folklore de la antigüedad clásica. El homo sylvanicus era también un ser mítico, no real. Lo imaginaban muy peludo, agresivo, amoral, con una fuerza sobrehumana, viviendo en el seno de una naturaleza que representaba el espacio ajeno a lo social. No conocía el fuego ni practicaba la agricultura o la ganadería, alimentándose de lo que le proporcionaba la tierra incultivada. Tampoco tenía un lenguaje articulado sino que se expresaba por gestos y miradas vehementes. Como ser libidinoso, se hallaba en abierto contraste con la educación caballeresca, basada en el amor cortés, que sometió el erotismo a reglas. Pero el elemento que mejor definía a los hombres y mujeres  salvajes era que tenían el cuerpo completamente cubierto de vello, salvo en la cara, manos, pies y senos. Con ello se asimilaba el salvaje a animales tales como osos y lobos, con los que  creían que estaba emparentado. Pero, a pesar de su salvajismo, a finales de la Edad Media estos extraños seres comenzaron a representarse en escenas familiares, llevando a cabo tareas domésticas. En ese estadio evolutivo avanzado, la sexualidad descontrolada del salvaje ya se había domesticado mediante el amor conyugal y filial, lo que serviría de conexión con el mito del buen salvaje  en el siglo XVIII.

Pero tenemos que profundizar algo más en los rasgos del salvaje medieval, para comprender cómo ha podido subsistir, hasta hoy en día, en múltiples lugares de la geografía europea. En las representaciones teatrales, procesiones y desfiles de Carnaval, se mostraba a aquellos salvajes inventados con un disfraz hecho de pieles o materiales vegetales, como musgo, ramas, hojas o paja. Podía encarnarse en diversas fieras, sobre todo el oso, ya que pensaban que el salvaje era fruto de la unión de este animal con una mujer. Como los humanos, el oso camina erguido. Pero el aspecto fundamental que los relacionaba era la hibernación, una metáfora de la muerte y el renacimiento del hombre en el más allá, al igual que de la naturaleza resurgiendo tras los rigores invernales. Según la tradición popular, el oso se aletargaba por San Martín, a principios de noviembre. En la noche que sigue al 1 o el 2 de febrero, con la aparición de la luna invernal que preanuncia la Pascua, el oso mítico emergía de su cueva para observar el cielo. Si decidía salir, la llegada del buen tiempo era inminente. Pero también podía retirarse otros 40 días, en cuyo caso los campesinos todavía habrían de soportar nuevos fríos. Invirtiendo la relación causa-efecto, nuestros antepasados ponían al oso a desfilar, como si estuviera anunciando la llegada de la primavera. Con esa magia simpática pretendían estimular el renacer de la naturaleza, que quedaba improductiva y como muerta durante el invierno. Después de aquellas duras condiciones de supervivencia, aguardaban con ansia la abundancia primaveral.  Pero, en contrapartida, en esos largos meses sin trabajos agrícolas que realizar, se intensificaban las celebraciones festivas y, con ellas, la vida social y la unidad entre los miembros del grupo. Los antiguos consideraban particularmente importantes los doce días que van desde el 24 de diciembre al 5 de enero. Para la Iglesia, es el período que media entre la Natividad y la Epifanía, y corresponde a la diferencia de duración entre el viejo calendario juliano y el gregoriano. Se pensaba que, durante este tiempo crítico,  retornaban las criaturas de ultratumba, por lo cual debían canalizar esas energías en su beneficio y protegerse de sus nefastas influencias. A esas tradiciones se remite Shakespeare en Twelfth Night (La duodécima noche o Noche de Reyes), obra escrita para las festividades regias del nuevo año. Resulta muy significativo que el protagonista se llame Orsinide Orso, “oso” en italiano, y que la acción se sitúe en los Balcanes, en pleno territorio de Wilder Mann.
También el cambio de año era un momento propicio para los ritos de paso en la adolescencia, en los que intervenía la figura del salvaje. Como herencia de esa función, veremos que los niños y jóvenes tienen un papel estelar en los actuales desfiles de los hombres salvajes. Durante la época medieval, en febrero, antes de la Cuaresma, se representaba la cacería del oso/hombre salvaje con una obra dramática en la que, entre gritos y aspavientos, los humanos abatían al ser silvestre, que luego renacía. Con ello se anunciaba el final del invierno y el comienzo de la fertilidad primaveral. En el siglo XVIII el domador guiaba al oso, lo que significaba la forma en que la cultura actúa sobre la naturaleza. Por otro lado, mediante un lento y complejo proceso de sincretismo, las festividades religiosas entre el Adviento y la Pascua cristiana fueron asimilando los rituales paganos ancestrales preexistentes, que tenían una antigüedad incalculable.
Oso de Arles sur Tech
El salvaje como Oso es un personaje muy difundido en las tradiciones de máscaras en Austria, los Balcanes y en los países septentrionales, así como en regiones montañosas como los Alpes y los Pirineos.
 Otra figura mitológica que suele encarnarlo es la Cabra, sobre todo en la mitad oriental  de Europa, particularmente en Rumanía. Aparece con San Nicolás en Austria, y en Polonia con los cánticos de Navidad. En los países nórdicos es sustituida por el Macho cabrío. Anuncia suerte, salud, fecundidad y prosperidad económica, y también es emblema de la vitalidad de la naturaleza. Como al animal le vuelven a crecer la lana y los cuernos, representa metafóricamente  la muerte y la resurrección.

El Ciervo es un ser mitológico estrechamente asociado a la cabra. Los celtas adoraban a Cernunos, una divinidad cornuda. Podemos verlo en los petroglifos como psicopompo, es decir, un ente que ayudaba al espíritu del difunto a llegar a la otra vida. Y aunque siempre fue considerado un símbolo de renovación, la Iglesia medieval veían en ciervos y cabras, animales cornudos, la encarnación de las fuerzas demoníacas. El ciervo desfila en las mascaradas de Navidad en Inglaterra, Rumanía y Bulgaria.
Cerbus, en Cerdeña
3. El hombre salvaje como mito
El bosque encantado, lugar en el que pululaban cazadores, leñadores y buhoneros, pero también fugitivos de la justicia,  era la frontera tanto con un mundo mágico, el territorio donde se desataban el miedo y los peligros. Para la naciente cultura urbana en la Baja Edad Media, el hombre salvaje resultaba una metáfora útil para abordar las contradicciones entre el hombre y las bestias. Esa reflexión era especialmente necesaria en un sistema de pensamiento rígido y jerárquico como el cristiano, que negaba la continuidad evolutiva entre humanos y animales. El salvaje se convirtió así en el instrumento adecuado para pensar los nexos entre la naturaleza y la cultura. Como mito, cumplió a la perfección su papel de mediador en un conflicto entre términos irreductibles. Los pueblos europeos construyeron su identidad y homogeneizaron sus principios de vida por oposición a la sombra del Otro salvaje, una invención a la que confirieron cuerpo real en las representaciones teatrales y carnavalescas. Bartra contrapone su estudio evolutivo, que tiene en cuenta las etapas históricas de cambio y las circunstancias incidentes en el mismo, al enfoque estructuralista de Lévi Strauss, que analiza el mito en términos de estructuras inmutables del pensamiento. Este último acercamiento impediría explicar la constante mutación del mito del hombre salvaje, que se reinventa continuamente para adaptarse a las nuevas circunstancias. Ahora enlazamos con el trabajo del fotógrafo Charles Fréger, que viajó dos años a lo ancho de 18 países europeos para documentar las tradiciones del hombre salvaje (Wilder MannWild Man, L´homme sauvagel´uomo selvaggio…) en las festividades del Nuevo Año, Carnaval y fiestas primaverales, que todavía perduran en nuestro mundo hipertecnológico.
4. Wilder Mann
I) AUSTRIA
·Wilder, en el Tirol austriaco

Cada cinco años, desde 1890, un grupo de Wilder participa en los carnavales de Telfs. Llevan un traje cubierto de líquenes y una máscara de madera con pelo de vaca o crin de caballo. Se apoya en un grueso bastón, signo de su fuerza hercúlea. Para algunos, son la personificación de sus antepasados; para otros, encarnan el demonio del invierno y la oscuridad.

·Krampus, en  Bad Mittendorf, Estiria

Presenta afinidades con los diablos y animales de la tradición de Adviento. Acompañaba a San Nicolás en sus viajes y su trabajo era asustar a los niños que no se habían portado bien, al igual que molestar a los espectadores con un ruido ensordecedor de campanas. En nuestros días, llegan a reunirse miles de Krampus en Salzburgo.

 En la noche de Epifanía salen los Perchten, criaturas que espantan a los más pequeños y que intentan alejar el silencio de la noche invernal a golpe de cencerro.
 ·Habergeiss (Cabra), en Tauplitz, Estiria

 Es uno de los personajes que acompañan a la Muerte y a Lucifer con sus diablos. Fastidia a los asistentes pellizcándoles o quitándoles el sombrero. Simboliza la fuerza y la fertilidad.
II) REPÚBLICA CHECA: Certi (Diablos)

En la tarde del 5 de diciembre, San Nicolás visita a los habitantes de Třebíč y Nedašov acompañado del Ángel y de los Diablos, cargados de esquilas y cadenas. Estos amenazan a los niños con llevarlos prisioneros al infierno dentro de su saco.
III) POLONIA
1. Macinula, en Zywiec

 En Nochevieja, alegres grupos  de máscaras, acompañados por músicos, recorren las calles augurando felicidad y fortuna para el nuevo año. Uno de los numerosos personajes de estos desfiles es Macinula, un Hombre de Paja, que desempeña un papel juguetón. En la mano porta un conejo de paja con el que golpea a los espectadores. Como parte del ritual, los enmascarados luchan y Macinula cae pero luego resucita como por  milagro.
 2. Dziady Smigustine, en Dobra

 Desfilan por las calles el lunes de Pascua y salpican con agua a los espectadores, sobre todo a los chicos. Ese elemento tiene una función muy importante en el ciclo Pascual. En Polonia se cita la aspersión con agua en documentos que se remontan al medievo. Su función es alejar a los espíritus malignos y asegurar la fertilidad de las mujeres y de la tierra, de ahí el simbolismo erótico  del gesto.
IV) ALEMANIA
1. Strohbär (Oso de Paja), Reisigbär (Oso de Ramas) y Strohmann (Hombre de Paja), en Baden-Württemberg.


Oso de Paja
 El Oso de Paja y el Hombre de Paja eran figuras muy difundidas en la campiña alemana. Encarnan un simbolismo complejo: el invierno, los hombres salvajes, la lujuria…Las máscaras del carnaval de la Selva Negra están inspiradas en el mundo rural arcaico. Sus vestidos se fabrican con paja o ramas de pino.
Hombre de Paja
2. Pelzmärtle, en Baden-Württemberg. 

Se incluye también en el elenco de los Hombres de Paja pero aparece antes, el día de Nochebuena, acompañando al Niño Jesús. Riñe a los pequeños desobedientes y les pega con su vara.
V) RUMANÍA: Cerbul (Ciervo)

En Nochevieja, algunas ciudades rumanas como Corlata organizan la mascarada del Ciervo, rodeado de danzantes con vestidos tradicionales que soplan el cuerno de caza. La máscara está hecha de madera y se fija a un bastón que actúa como columna vertebral, y sobre el cual el Ciervo viste un tejido ricamente decorado. Después de un baile veloz, que atestigua su vivacidad, el Ciervo cae muerto pero resucitr gracias a los cantos y bailes de sus acólitos.
VI) SUIZA: Sauvages (Salvajes), Le Noirmont,  en el Cantón de Jura.

 En la luna llena previa a la semana de Carnaval, los Sauvages abandonan el bosque entregar hasta llegar a los pueblos, acompañados por el sonido de campanas. A lo largo del camino, embadurnan con hollín la cara de todas las personas que se encuentran a su paso, con predilección por los jóvenes. Estos han de adivinar quién se esconde bajo la máscara y, cuando creen haberlo identificado,  gritan: “¡Reconocido!
 VII) ITALIA
1. Boes, en Ottana, Cerdeña.


 En Cerdeña, especialmente en la región central de la Barbagia, han sobrevivido hasta hoy numerosos rituales de máscaras, que ponen en escena personajes zoomorfos y antropomorfos. Su papel es doble: favorecer la fertilidad del ganado y la tierra, como también la fecundidad femenina; y garantizar un año próspero y feliz. El carnaval es un período de inversión de las reglas ordinarias, que anuncia la instauración de un nuevo equilibrio. Por eso, es habitual durante ese tiempo la mutación del binomio hombre-animal. En Ottana, la primera salida de las máscaras tiene lugar en la vigilia de San Antonio. Los Boes corren por las calles haciendo tintinear las campanillas, perseguidos por los Merdules. Masacrados a golpes, los boes mueren y vuelven a la vida, replicando el ciclo de la naturaleza: el invierno cede el puesto a la primavera y a una vegetación  renovada.
 2. Schnappviecher,  en Tramin, sur del Tirol.

A partir del 7 de enero, los Schnappviechers siembran del terror por las calles de Tramin, un pueblo vinícola del Tirol italiano, y participan en el desfile organizado en años alternos el martes de Carnaval. Los otros personajes que lo acompañan a duras penas logran proteger al público contra los excesos cometidos por estas figuras cornudas, que miden tres metros de alto. Cuando el cortejo pasa delante de una fuente, los Macellai tiran al suelo a un Schnappviech, lo que se interpreta como la finalización del invierno.
 El origen de estas máscaras es incierto. Su fisionomía parece remedar al dragón del imaginario religioso o de las epopeyas y mitos medievales.
 VIII) BULGARIABabugeri, en la región de Blagoevgrad.

 Forman parte de la mascarada del primer día de enero. Usan vestidos de piel de cabra y una enorme capucha cónica del mismo material. En los tiempos antiguos portaban una vara pintada de rojo, colgada en el cencerro a modo de objeto fálico y, después de una danza ritual, desfloraban con ella a las mujeres casadas para favorecer la fertilidad y propiciar la buena suerte. Hoy la vara  ha sido eliminada y se sustituye por un bastón que sostienen con la mano.
IX) GRECIA: Arkouda (Oso) en Monastiraki, Macedonia.

Como hemos visto, hay dos periodos propicios para la salida de las máscaras del salvaje: el primero, que va desde la Navidad a la Epifanía, se celebra en el norte del país y, el segundo, en carnaval. Los Arapides son  personajes típicos de Macedonia, cuya fiesta tiene lugar el 7 de enero, día de San Juan Bautista, cercano a los 12 días mágicos. Los Arapides son figuras enmascaradas que llevan un vestido hecho de piel y una máscara cónica. Junto con algunos Osos, van de casa en casa dando saltos para espantar a los espíritus malignos con el ruido de sus campanillas. Una vez que las máscaras llegan en la plaza central de la ciudad, todos los participantes se unen en una danza.
 X) FRANCIAOurs (Osos), Prats-de-Mollo-la-Preste, Saint-Laurent-de-Cerdans yArles-sur-Tech, en el Pirineo oriental.
Oso de Sant Laurent
 En esas tres ciudades de  lengua occitana tiene lugar un ritual inspirado en una leyenda según la cual, al término de la hibernación, durante tres domingos sucesivos de febrero, los osos raptaban a  jóvenes para atentar contra su virtud. En la representación teatral, que tiene diversas variantes,  el  Oso, generalmente escoltado por cazadores y al disparo del fusil, desciende hacia la ciudad donde intenta atrapar a las chicas. El oso baila una danza-duelo con el cazador, que lo mata. El “cadáver” del animal se lleva a otro lugar, donde resucita. A partir de ese momento, ya limpio, el animal asume  un semblante humano.
XI) ESCOCIA: Burryman

El Burryman aparece en la Feria de Queensferry, el segundo viernes de agosto. Se cita a esta figura, por primera vez, en un documento de 1687, aunque indudablemente es mucho más antigua. Su nombre viene de bardana, en inglés "burrs", la planta con la que se confecciona su vestido. Según la tradición, este personaje espanta a los malos espíritus y se identifica con la fortuna, la riqueza, la fertilidad y la regeneración de la naturaleza. Lleva en cada mano un bastón adornado con flores y le ayudan a moverse dos asistentes que no portan máscaras. También va acompañado de un grupo de niños que recogen dinero de casa en casa. Sus paradas obligadas son el Ayuntamiento, los negocios, y los pubs.
 XII) PORTUGALCaretos, en Lazarim, Lamego, Portugal.

 El vestido de esta figura, mezcla de animal y diablo, se confecciona con materiales muy diversos: paja, piel, hojas… Uno de los momentos claves del Carnaval de Lazarim es la lectura pública del “testamento” del Compadre y la Comadre en la tarde del martes: un cortejo solemne recorre las calles del lugar con la efigie de ambos la cual, al finalizar el desfile, se arroja al fuego. La fiesta de los Caretos de Vila Boa de Ousilhao, Vinhais, se celebra el día de San Antonio, el 25 y el 26 de diciembre, la fiesta de los niños. Se inscribe en el ciclo de los 12 días que se inicia el 24 de diciembre, y en ella participan una treintena de figuras enmascaradas, de las cuales las principales son el Rey y sus Súbditos o Vasallos, cuatro Jóvenes y los Caretos. El 25 de diciembre los habitantes del pueblo reciben en su casa a las máscaras,  después de haber bailado, cantado y comido castañas, chorizos, caramelos…
XIII) ESPAÑA
1. Zezengorri, Pamplona. En el barrio de San Juan se celebra un gran carnaval rural, y al debe toda su originalidad a ese contraste entre lo urbano y lo agrario. Fue creado en 1977 y ha conocido un éxito tal que, desde  1991, los habitantes del barrio han dado vida a personajes de su invención. El carnaval está inspirado en la mitología vasca y las figuras toman el nombre de animales. A la fiesta acuden también enmascarados de otros pueblos. Según la tradición, Zezengorri es el guardián de las grutas y de las cavernas.
 2. Momotxorros, Juantramposos y Mascaritas, en Alsasua, Navarra.
Juantramposo

 El Momotxorro, mitad hombre, mitad toro, se caracteriza por un comportamiento violento de connotaciones sexuales. Ataca a todos aquellos que le obstaculizan el paso y penetra en las casas para desvalijarlas. Sus manos, como también su vestido, están cubiertas de manchas de sangre. Para algunos, esta figura simboliza el sacrificio pagano de animales, pero también puede interpretarse como una reminiscencia de la antigua lucha entre clanes. Según la leyenda, los habitantes de la villa se disfrazaban de animales para entrar en las casas y raptar a las mujeres.

 La tarde del martes de Carnaval, una centena de Momotxorros forman un impresionante cortejo al cual se unen los Juantramposos, rellenos de hierba seca,  y los Mascaritas. Representan, respectivamente, a los hombres jóvenes y a las doncellas.
3. Zamarracos y Trapajones, en Silió, región de Molledo, en Cantabria.

 Cada año, Silió acoge el primer carnaval del calendario europeo. El primer domingo del año llamado “La Vijanera”, reúne un increíble número de personajes típicos de las mascaradas europeas y que compendia casi todo lo que hemos visto hasta ahora: los Zamarracos-hombres vestidos de pieles de animales y cubiertos de cencerros-, el Oso, el Hombre de Paja, el Caballo y los  Trapajones, que se visten con panochas, paja, musgo, cortezas… La fiesta comienza al despuntar el alba con la salida de los personajes enmascarados y termina con la captura y muerte del oso.
 Esta representación sirve para ilustrar simbólicamente la victoria del Bien sobre el Mal, garantizar la protección del ganado y de los hombres, alejar los malos espíritus y liberar las almas de los difuntos. Aquí tenéis un emocionante vídeo donde pueden verse esas arcaicas figuras enmascaradas: http://vimeo.com/20601713

También existe otra impresionante fiesta de Zamarracos en Mecerreyes, provincia de Burgos, el domingo de Carnaval.

 4. Además de los ejemplos documentados  por Fréger, hay otros diversos como el Carnaval de Bielsa, en el Pirineo aragonés. Sus rituales enlazan con  ritos pre-cristrianos  de carácter agrario. El Oso aparece con la cara pintada de negro para anunciar el fin del infierno. Lleva un saco de arpillera relleno de hierba seca y cubierto de piel de oveja, mostrando fiereza, pero acaba siendo domado por el hombre.

Las Trangas lucen una camisa de cuadros y van  cubiertos por una larga piel de choto coronada por grandes cuernos. También portan cencerros, que se relacionan con la virilidad. Las Trangas recogen a las Madamas, jóvenes del pueblo, que los esperan en las puertas de sus casas bellamente arregladas. Como ilustración, podéis ver este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=2i4ZqXxbk-M
 5. El Carnaval o Entroido de Laza, en Ourense, es uno de los más antiguos y esplendorosos de nuestro país. Al atardecer del lunes de Carnaval, llega la Morena, un personaje con cabeza de toro de madera que simula atacar a las mujeres, mientras que el público le arroja tierra con hormigas. Los Peliqueiros llevan unos coloristas disfraces con cencerros y máscaras con sonrisas burlonas. Esta fiesta se relaciona también con los ritos agrarios de fecundidad. Aquí tenéis dos vídeos con los que podéis haceros una buena idea de esta extraordinaria tradición: https://www.youtube.com/watch?v=D902SBtMTUY


https://www.youtube.com/watch?v=UHwqzp-e_-w#t=20, muy completo por sus explicaciones.

 6. Gracias a las sugerencias de Angeles Boix, he descubierto la leyenda de los Hombres de Musgo en Béjar, Salamanca. Según la tradición, que arranca desde tiempos de Alfonso VII de Castilla,  los bejaranos estaban escondidos en El Castañar, donde se habían reunido para celebrar la misa. Tras ello, quizá inspirados por  Santa Marina, que tuvo que vivir disfrazada, recubrieron sus ropas con musgo de las rocas del lugar y, al amanecer, se dirigieron a la fortaleza musulmana parapetados con su camuflaje. Consiguieron reconquistar la ciudad después de asustar a los moros, quienes creyeron que se trataba de alimañas o monstruos y salieron corriendo. El pueblo recordó esa hazaña año tras año. El Papa Urbano IV instituyó la festividad del Corpus en 1263 y ambas celebraciones se fundieron en la misma fecha en 1397. En realidad, la leyenda de la reconquista de Béjar por los Hombres de Musgo, auspiciada por el ejemplo de una santa, parece una evidente cristianización de ritos más antiguos, en la misma línea que los que hemos venido viendo por toda Europa. La única diferencia llamativa es la fecha de su celebración, en junio, que aleja un tanto a los Hombres de Musgo de Béjar del ciclo primaveral.

 5. Tradición y renovación del mito
Una conclusión un tanto paradójica del trabajo de Fréger es que, a pesar de las enormes diferencias externas entre los distintos hombres salvajes por toda Europa, se repiten una serie de elementos estructurales que integrarían el canon mítico del homo sylvestris: el tipo de animales en que se encarna, el simbolismo del tránsito entre las etapas de la vida y las estaciones, la celebración de la fertilidad y la fuerza, la contraposición entre el bien y el mal, su intervención en los ritos de paso para jóvenes o casadas y su papel reforzador de la identidad del grupo. Pero no debemos caer en el error de interpretar que los hombres salvajes que podemos contemplar todavía hoy en las fiestas populares, son exactamente iguales a los de la Edad Media. Desde los carnavales populares de Nuremberg, en que Wilder Mann llevaba un disfraz de hierba y hojas, y desfilaba rodeado por una turbamulta de seres infernales que lanzaban fuego, se ha experimentado sin duda un cambio radical en las imágenes y en su función simbólica. Es claro que el salvaje tiene una significación diferente para nosotros, que ya no nos vemos acuciados por el temor a las malas cosechas ni a las inclemencias climáticas, y que nos vemos obligados a superar ritos de paso diferentes. Quizá tendamos hoy a acentuar el aspecto puramente lúdico, festivo de estas figuras. 
Chriapa, en Eslovaquia
Su imagen extraña y perturbadora sigue apelando a arquetipos resistentes sobre nuestra relación con la naturaleza y con nuestra propia imagen social. Por el camino hemos resuelto muchos de los interrogantes a los que se asociaba el salvaje en tiempos pretéritos, pero se han planteado otros quizá aún más urgentes. Bartra lo ha expresado así: “Rasgos que podrían haberse perdido en la noche de los tiempos son rescatados por una nueva sensibilidad cultural, para tejer redes mediadoras que van delineando los límites externos de una civilización, gracias a la creación de territorios míticos poblados de marginales, bárbaros enemigos y monstruos salvajes de toda índole, que constituyen simulacros/símbolos de los peligros reales que amenazan al sistema occidental”. 
Sourvakari, unos salvajes de Bulgaria que evocan a los indios de las praderas
Ese mito aporta la idea de alteridad, de ahí que la cultura europea necesite reinventar continuamente al hombre salvaje para reconocerse como tal. En los rincones oscuros del saber, donde no llega a la razón, se esconden cosas extrañas, temibles unas, atractivas otras, como lo erótico. La mente puebla de seres imaginarios esos lugares y el hombre occidental, entonces,  proyecta fuera de sí al hombre salvaje, peludo, violento y lujurioso que, nos guste o no, es nuestra imagen especular.

 El fotógrafo francés Charles Fréger, nacido en 1975, ha dedicado numerosas series fotográficas a la representación antropológica de grupos sociales tales como atletas, cuerpos de las Fuerzas Armadas, estudiantes y otros colectivos que visten uniformes, como los granaderos de la Guardia de Londres, scouts, marineros, legionarios, artilleros, majorettes o los policías rusos. Utiliza un vocabulario fotográfico preciso, con encuadres frontales, y se ha dicho que coloca las figuras como si fueran insectos, sobre fondos neutros, un procedimiento con relevancia científica que podemos observar en las fotografías de Wilder Mann. Las fotografías que aparecen tienen su copyright y podéis verlas al complete en este enlace: http://vimeo.com/66056910

Para saber más sobre Roger Bartra, uno de los pensadores fundamentales de nuestro tiempo, tenéis más información en este blog:

Fuentes consultadas:
-El mito del salvaje (2011), Roger Bartra, Ed. FCE. Incluye El salvaje en el espejo (1992) y El salvaje artificial (1997)
- Entrevista con Roger Bartra, por Ramón González Férris, Letras Libres
- El mito del salvaje, Ramon Bartra. Revista Ciencias, marzo de 2001
-Salvajismo, civilización y modernidad: La etnografía frente al mito. Alteridades, 1993  
-Wilder Mann o la figura del selvaggio (2012). Charles Fréger, Pelitiassociati
-El carnaval de Bielsa: Criaturas icónicas
 -Los hombres salvajes de Europa. Artículo de  Rachel Hartingan Shea
-Charles Fréger, entrada en Wikipedia (en francés)
 -The Wilder Mann: Images of the Savage, en Juxtapoz
-Capturing the Still Practiced Pagan Rituals of Europe, David Rosenberg



Esta entrada fue originariamente publicada en  el blog Tinieblas en el corazón. Aquí tenéis el enlace, por si queréis leer los comentarios realizados: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2014/06/wilder-mann-el-hombre-salvaje-europeo.html. Agradezco enormente a Angeles Boix su generosidad en compartir conmigo este espacio divulgativo y el interés que ha mostrado por este trabajo.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Mounier

                 
   

    En este caso os pongo un extracto del pensamiento y la figura de Enmanuel Mounier, figura destacada del Personalismo, una forma de interpretar a la persona desde una óptica integradora y espiritual.

    Al final del extracto encontraréis la referencia de la página de donde ha salido esta información.


     Pensamiento

Manual al servicio del personalismo (extracto)

Enmanuel Mounier *

La civilización burguesa e individualista, dueña hace pocos años de todo el mundo occidental, aún se halla en él firmemente instalada. Las mismas sociedades que la han proscrito oficialmente siguen todas impregnadas de ella. Adherida a los cimientos de una cristiandad a la que contribuye a dislocar, mezclada con los vestigios de la época feudal y militar, con las primeras cristalizaciones socialistas, produce, con los unos y las otras, unas amalgamas más o menos homogéneas, el estudio de cuyas variedades sería demasiado extenso hacer. Nos contentaremos con examinar su último estado histórico y destacar sus líneas dominantes, sin perjuicio de las temperanzas más o menos felices que le aportan aquí y allá el azar de las mescolanzas o el ingenio de las personas vivas.

Hemos escogido para designar a esta civilización un término significativo, pero con el que no queremos cometer ninguna injusticia. Cierta forma de caricaturizar a cualquier burguesía, igual que determinados tópicos de la pluma y del dibujo, familiares a la prensa de izquierdas, descienden muy a menudo a una mayor vulgaridad que sus modelos. Tampoco desconocemos, en lo que a nosotros respecta, las virtudes y, sobre todo, las virtudes privadas que impregnan aún algunos hogares privilegiados de la sociedad burguesa. Ni mucho menos ignoramos el sentido vivo de la libertad y de la dignidad humana que anima a ciertas apologías a favor del individualismo más profundamente que los errores cuyas fórmulas propagan. Pero, en el perfil límite que dibujaremos de la civilización burguesa, todas las resistencias secundarias son arrastradas poco a poco, y en ello radica su realidad tiránica.

Desde este ángulo, la concepción burguesa es la culminación de un período de civilización que se desarrolla desde el Renacimiento hasta nuestro días. Procede ella, en su origen, de una rebelión del individuo contra una estructura social que se hizo demasiado pesada y contra una estructura espiritual cristalizada. Esta rebelión no era en su totalidad desordenada y anárquica. En ella latían unas exigencias legítimas de la persona. Pero pronto se desvió hacia una concepción tan estrecha del individuo que llevaba en sí desde el comienzo su principio de decadencia. La atención orientada hacia el hombre singular no es, como a veces parece creerse, disolvente en sí misma de las comunidades sociales; pero la experiencia ha mostrado que toda descomposición de estas comunidades se establece sobre un hundimiento del ideal personal propuesto a cada uno de sus miembros. El individualismo es una decadencia del individuo antes de ser un aislamiento del individuo; ha aislado a los hombres en la medida en que les ha envilecido.

Decadencia del individuo: del héroe al burgués

La era individualista ha partido de una fase heroica. Su primer ideal humano, el héroe, es el hombre que combate solitario contra potencias masivas, y en su combate singular hace estallar los límites del hombre. Sus tipos viriles son: el conquistador, el tirano, el Reformador, el Don Juan. Sus virtudes: la aventura, la audacia, la independencia, la fiereza, la destreza también, pero sólo en la medida en que duplica la audacia.

Bajo formas llenas de prudencia, civilizadas: defensa de la iniciativa, del riesgo, de la emulación, los últimos fieles del liberalismo intentan actuar aún con el prestigio de sus orígenes. No pueden hacerlo más que disimulando, con ello, el desamparo o la degradación en que la ciudad burguesa ha dejado estos valores. Durante un tiempo, efectivamente, los jefes de empresa, o incluso ciertos aventureros de las finanzas, han continuado mediante operaciones que nosotros no defenderemos una tradición de altos vuelos. Mientras lucharon con cosas y con hombres, es decir, con una materia resistente y viva, templaron de ese modo una virtud innegable, hecha de astucia y a menudo de ascetismo. Al extender a los cinco continentes el campo de sus conquistas, el capitalismo industrial les dio unas posibilidades provisionales de aventura; pero, cuando inventó la fecundidad automática del dinero, el capitalismo financiero les abrió al mismo tiempo un mundo de facilidades donde toda tensión vital iba a desaparecer. Las cosas con su ritmo, las resistencias, el paso del tiempo, se disuelven bajo el poder infinitamente multiplicado que confiere, no ya un trabajo a la medida de las fuerzas naturales, sino un juego especulativo, el de la ganancia obtenida sin prestar ningún servicio, tipo al que tiende a asimilarse toda ganancia capitalista. A las pasiones de la aventura se sustituyen entonces progresivamente, los blandos goces del confort; a la conquista, el bien mecánico, impersonal, distribuidor automático de un placer sin exceso ni peligro, regular, perpetuo: el que distribuyen la máquina y la renta. Una vez que se ha internado por los caminos de esa facilidad inhumana, una civilización no crea ya para suscitar nuevas creaciones, sino que sus mismas creaciones fabrican una inercia cada vez más tranquila. Dos atletas, con ayuda de la publicidad arrastran a veinte mil individuos a sentarse en un estadio creyéndose amantes del deporte. Un Branly, un Marconi, hacen posible que veinte millones de personas estén clavados en sus sillones; un ejército de accionistas, de rentistas, de funcionarios viven parásitos de una industria que, por otra parte, cada día necesita menos manos de obra y, salvo un número pequeño, menos cualificada.

De esa manera, la sustitución de la ganancia industrial por el beneficio de especulación, y de los valores de creación por los valores de la comodidad, han usurpado poco a poco el ideal individualista, y abierto el camino en las clases dirigentes primero, y después, por descensos sucesivos, hasta en las clases populares, a este espíritu que llamamos burgués a causa de sus orígenes y que se nos presenta como el más exacto antípoda de toda espiritualidad.

¿Cuáles son sus valores? Por un gesto de orgullo viril, ha conservado el gusto por el poder, pero por un poder fácil, ante el cual el dinero disipa el obstáculo y ahorra una conquista de frente; un poder, además, garantizado contra todo riesgo, una seguridad. Tal es la victoria mediocre soñada por el rico de la Edad Moderna; la especulación y la mecánica la han puesto al alcance del primer recién llegado. No es ya el dominio del señor feudal, unido a sus bienes y a sus vasallos, ni es incluso, en el peor de los casos, la opresión de un hombre sobre otros hombres. El dinero separa. Separa al hombre del combate con las fuerzas al nivelar las resistencias; le separa de los hombres al comercializar toda relación, al falsear las palabras y las conductas, al aislar en sí mismo, lejos de los vivos reproches de la miseria, en sus barrios, en sus escuelas, en sus vestidos, en sus vagones, en sus hoteles, en sus relaciones, en sus misas, al que no sabe ya soportar más que el espectáculo cien veces reflejado de su propia seguridad. Henos aquí lejos del héroe. El rico de la vieja época, incluso está en vías de desaparecer. No hay ya sobre el altar de esa triste iglesia más que un dios sonriente y horriblemente simpático: el Burgués. El hombre que ha perdido el sentido del Ser, que no se mueve más que entre cosas, cosas utilizables, despojadas de su misterio. El hombre que ha perdido el amor; cristiano sin inquietud, incrédulo sin pasión, hace tambalear el universo de las virtudes, en su loca carrera hacia el infinito, alrededor de un pequeño sistema de tranquilidad psicológica y social: dicha, salud, sentido común, equilibrio, placer de vivir, confort. El confort es, en el mundo burgués, lo que el heroísmo era en el Renacimiento y la santidad en la Cristiandad medieval: el valor último, móvil de la acción.

El confort pone a su disposición a la consideración y a la reivindicación. La consideración es la suprema aspiración social del espíritu burgués; cuando ya no encuentra gozo en su confort, encuentra al menos una vanidad en la reputación que posee con él. La reivindicación es su actividad fundamental. Del Derecho, que es una organización de la justicia, él ha hecho la fortaleza de sus injusticias, de ahí su radical juridicismo. Aunque ama muy poco las cosas que acapara, es sumamente susceptible en cuanto a la conciencia de su derecho presunto, que para un hombre de orden supone la más alta forma de conciencia de sí mismo. No existiendo más que en el Haber, el burgués se define, ante todo, como propietario. Está poseído por sus bienes: la propiedad ha sustituido a la posesión.

Entre este espíritu burgués, satisfecho de su seguridad, y el espíritu pequeño burgués, inquieto por alcanzarla, no existe diferencia alguna de naturaleza, sino únicamente de grado y de medios. Los valores del pequeño burgués son los del rico, encanijados por la indigencia y la envidia. Roído hasta en su vida privada por la preocupación de "progresar", igual que el burgués está roído por la preocupación de la consideración, no tiene más que un pensamiento: llegar. Y para llegar, un medio que él erigirá en supremo valor: la economía; no la economía del pobre, débil garantía contra un mundo en que toda desdicha es para él, sino la economía avara, llena de precauciones, de una seguridad que avanza paso a paso; la economía a costa de la alegría, la fantasía, la bondad: la lamentable avaricia de su vida aburrida y vacía.

Emmanuel Mounier (1905-1950).- Manifiesto al servicio del personalismo (1936)


Extraído de: "Antologías" Página del profesor M. Cobaleda


Enmanuel Mounier (1905-1950): Personalista francés


"El primer punto de referencia aquí debería ser el lugar adecuado del Estado. El Estado, repitamos, no es la nación, ni siquiera es una condición que debe ser cumplida antes de que la nación pueda llegar a existir. Sólo los fascistas proclaman abiertamente que su meta es el bien del Estado. El Estado es aquello que le da objetividad, fuerza y concentración, a los derechos humanos; emerge espontáneamente de la vida de los grupos organizados, y en este respecto, es la garantía institucional de la persona. El Estado está hecho para el hombre, no el hombre para el Estado."

Emmanuel Mounier nació en 1905 en Grenoble. Sus estudios incluyeron entrenamiento en filosofía en su ciudad natal y luego en París. El estaba particularmente intrigado por los escritos tanto de Charles Peguy, acerca de quién escribió un libro, y de Nikolai Berdyaev. Un profesorado en filosofía en el Liceo De Saint Omer marcó una distinguida carrera universitaria. El abandonó el puesto en 1932 para publicar Esprit, un periódico que el esperaba iluminara un tanto espiritualmente a la malicia religiosa de Francia. Fue en este periódico en el que los principios del personalismo fueron por primera vez lanzados. Aunque la circulación del Esprit fue discontinuada en 191 debido a su prohibición por parte del gobierno, esto no silenció a Mounier mientras se convertía en un miembro activo de la Resistencia. Fue capturado en un momento, pero más tarde libertado luego de declararse en huelga de hambre. Cuándo termino la guerra, el se dirigió a la Sociedad Personalista de Londres y dio clases brevemente en el Institut Francais. Desafortunadamente, su capacidad de trabajo no pudo mantener el paso con su tenacidad física; el murió prematuramente de un ataque al corazón en 1950.

Los estudios de Mounier coincidieron con la creciente desilusión y fermentación que alimentó la filosofía existencial francesa luego de la Primera Guerra Mundial. So primer volumen académico, de hecho, fue realmente una introducción al existencialismo de la época. Sus escritos acerca de esta tensión filosófica, sin embargo, no implicaban que el estaba totalmente de acuerdo con las ideas perpetuadas por tales pensadores como Jean Paul Sartre. Mounier se negó a alinearse con la abandonada visión del hombre que tenían los principales existencialistas; en cambio, él postuló la existencia como "un empuje de energía una búsqueda por esperanza y amor, una invocación a aquello que está más allá de la existencia del hombre." (No Temáis XXIII). El entendimiento cuasi cristiano de Mounier del florecimiento humano, proveyó la piedra angular de lo que más tarde se conoció como el personalismo, una filosofía que buscaba reemplazar el existencialismo ateo de Sartre. La filosofía de Mounier proyectó un entendimiento alternativo de la persona, la libertad y el estado, no sólo en contra de la fatalista visión de Sartre, sino también en contra de la errónea antropología de Karl Marx.

Si Mounier tenía algo en común con Sartre, fue su aversión a la filosofía sistemática. Un sistema intenta predecir las acciones de las personas y sus respuestas a varios estímulos a un nivel muy objetivo, lo que significa que ciertos efectos se esperan siempre luego de ciertas causas. Mounier le agrega una capa de subjetividad a la epistemología del personalismo, en la espera de tomar en cuenta las varias experiencias que son únicas a cada ser humano. De acuerdo con su fe en la libertad creativa de la persona humana, Mounier se niega a aceptar jerarquías sistemáticas, sobre regimentadas e impersonales. Es la afición y tendencia humana por la creatividad espontánea la que hace de las fórmulas económicas y sociales insuficientes para explicar el alcance y la predecibilidad de la actividad humana.

La complejidad de la actividad humana es meramente una reflexión de la complejidad del ser humano. El hombre es todo cuerpo, por supuesto —una afirmación con la cual un Marxista, Leninista o existencialista, estaría de acuerdo- pero también, es todo espíritu. Esta última noción restaura la dignidad inherente que Sartre rechaza, mientras combate la convicción de Marx, de que el hombre es únicamente cuerpo. El hombre no puede existir sin el cuerpo, ciertamente, pero es el reconocimiento de su espíritu el que completa la antropología que Marx rechaza. Mounier utiliza la expresión de "existencia encarnada" para connotar la unidad entre cuerpo y espíritu. Es el espíritu el que nutre el pensamiento, y el cuerpo quien lleva el pensamiento a la expresión: "No puedo pensar sin ser, y no puedo ser sin mi cuerpo, el cual es mi exposición —a mí mismo, al mundo, a todos los demás: a través de él solamente puedo escapar la soledad de un pensamiento que sería solamente un pensamiento acerca del pensamiento." En resumen, la existencia objetiva del cuerpo, combinada con las experiencias subjetivas del espíritu, actualizan a la persona.

La terminología de Mounier es crítica para entender sus ideas acerca de la sociedad. El compuesto que conforma a la persona nos necesariamente un sinónimo con el uso de Mounier del término "individuo". El individuo es aquel cuyo ego y libertad indirecta e ilimitada disminuye su sentido de vocación moral, específicamente hacia otros. Esta es la "libertad" expuesta por los existencialistas, especialmente Sartre, pero esta es una fuerza aislante, que restringe al hombre a trabajar para sí mismo para darle sentido a su aparentemente innecesaria existencia. Mounier, sin embargo, argumenta que el aislamiento del hombre permanecerá penetrante hasta que renueve su sentido de vocación moral, algo es posible solamente en una comunidad. La persona y la vocación, en las palabras de Mounier, son posibles "sólo en su sin igual obediencia al orden de Dios, el cual es llamado "amor al prójimo"’. Amar a otros involucra las relaciones interpersonales y la interacción comunitaria, cuyo resultado es "reconciliar al hombre a sí mismo, exaltarle y transfigurarle." Esto deja al hombre abierto a experiencias y a la trascendencia, experiencias que no están disponibles al individuo aislado. "Entonces, si la primera condición del individualismo es la centralización del individuo en sí mismo," concluye Mounier, "la primera condición del personalismo es su descentralización, para poder colocarle en las perspectivas abiertas de la vida personal."

Al extranjero, el énfasis de Mounier en la comunidad y su habilidad para ayudar al individuo en la trascendencia de sí mismo podría indicar tendencias marxistas. A pesar de que Mounier reconoce que el personalismo tiene algún compañerismo con la filosofía de Marx, las diferencias, el cree, son significativas: "Un marxismo que está entonces abierto no puede estar lejos del realismo personalista, si se uno con la inspiración original de Marx, que se enfocaba, más que en el desorden de las cosas, en la alienación de la persona y enfocada, más allá de la adaptación de la sociedad, a la liberación del hombre. Es cierto que el personalismo ilumina más el campo de la interioridad y la trascendencia que la mayoría del Marxismo." (No Temáis 172). Al enfatizar la "interioridad" cambia radicalmente el lugar de la persona humana en el entendimiento marxista de la economía. Cuando una persona existe solamente como una tuerca en una máquina productora de riqueza, sólo en su aspecto físico, o aquello que fabrica los medios para la prosperidad, pierde su valor. Para prevenir que la persona se convierta en el medio para un fin económico impersonal, Mounier respondió al fracaso marxista al reconocer la dimensión espiritual del hombre. Sin tomar la naturaleza dual del hombre en cuenta, el trabajo, por ejemplo, se puede convertir en una actividad degradante y deshumanizante.

Mounier también tenía poca simpatía por un gobierno intrometido en las vidas de las personas. Para Mounier, la mera existencia del estado es una admisión social de que el hombre puede ejercer poder sobre el hombre, una noción que es engañosa a la idea personalista de comunidad. El argumenta, sin embargo, que la inevitabilidad del estado no necesariamente le otorga autoridad. En cambio, su autoridad deviene de personas libres que dependen de ella para preservar sus libertades dirigidas. Si una persona ejerce adecuadamente su libertad, entonces el estadio no debería ser una inconveniencia en las vidas de la ciudadanía. Para Mounier, "El hombre libre es aquel a quién el mundo le plantea cuestiones y las resuelve adecuadamente; es el hombre responsable. La libertad de este tipo es una fuerza que une, no que divide, y lejos de tender a la anarquía, es, en el sentido original de la palabra, religiosa y devota." (Personalismo 64). En esencia, cuando la libertad existe como un fin en sí mismo, removida de su aplicación religiosa, "centraliza" al hombre en sí mismo, causando división en las comunidades. Cuando esto ocurre, los individuos, no las personas, ven hacia el estado para que les provea aquello que la comunidad puede proveer. Una sociedad de individuos, entonces, no puede prevenir por mucho tiempo el advenimiento del estatismo.

La corta vida de Emmanuel Mounier tuvo un profundo impacto en el panorama filosófico de la Europa moderna. Su preocupación no era el formular un nuevo sistema de economía o el diseñar un estado utópico fuera de la tierra de desecho social de la Europa de postguerra. En cambio, Mounier buscaba preservar la dignidad humana que la Primera Guerra Mundial había desestabilizado. El buscó no sólo en los principios de la fe cristiana para apoyar sus argumentos, sino también a un tipo de filosofía humanística, las cuales le ayudaron en su ataque a la desesperación y existencialismo ateo. Su trabajo serviría más adelante de inspiración para muchos, incluyendo al Papa Juan Pablo II, y otras luminarias religiosas.

Pequeña Bibliografía de las Obras Principales de Emmanuel Mounier

Manifiesto Personalista Trad. Monjes de la Abadía de San Juan. Londres: Longmans, Green and Co., 1938
No Temáis: Estudios de Sociología Personalista Trad. Cynthia Rowland. Londres: Rockliff, 1951
El Carácter del Hombre Trad. Cynthia Rowland. Londres: Rockliff, 1956.
El Despojo de los Violentos Trad. Katherine Watson. West Nyack: Cross Currents, 1955
Personalismo Trad. Philip Mariet. Universidad de Notre Dame, 1952.
Oeuvres París, Ediciones du Seuil, 1961-63. 4 vols.


Fuente: http://es.geocities.com/paginatransversal/mounier/index.htlm