En este caso os pongo un extracto del pensamiento y la figura de Enmanuel Mounier, figura destacada del Personalismo, una forma de interpretar a la persona desde una óptica integradora y espiritual.
Al final del extracto encontraréis la referencia de la página de donde ha salido esta información.
Pensamiento
Manual al
servicio del personalismo (extracto)
Enmanuel Mounier *
La
civilización burguesa e individualista, dueña hace pocos años de todo el mundo
occidental, aún se halla en él firmemente instalada. Las mismas sociedades que
la han proscrito oficialmente siguen todas impregnadas de ella. Adherida a los
cimientos de una cristiandad a la que contribuye a dislocar, mezclada con los
vestigios de la época feudal y militar, con las primeras cristalizaciones
socialistas, produce, con los unos y las otras, unas amalgamas más o menos
homogéneas, el estudio de cuyas variedades sería demasiado extenso hacer. Nos
contentaremos con examinar su último estado histórico y destacar sus líneas
dominantes, sin perjuicio de las temperanzas más o menos felices que le aportan
aquí y allá el azar de las mescolanzas o el ingenio de las personas vivas.
Hemos escogido
para designar a esta civilización un término significativo, pero con el que no
queremos cometer ninguna injusticia. Cierta forma de caricaturizar a cualquier
burguesía, igual que determinados tópicos de la pluma y del dibujo, familiares
a la prensa de izquierdas, descienden muy a menudo a una mayor vulgaridad que
sus modelos. Tampoco desconocemos, en lo que a nosotros respecta, las virtudes
y, sobre todo, las virtudes privadas que impregnan aún algunos hogares
privilegiados de la sociedad burguesa. Ni mucho menos ignoramos el sentido vivo
de la libertad y de la dignidad humana que anima a ciertas apologías a favor
del individualismo más profundamente que los errores cuyas fórmulas propagan.
Pero, en el perfil límite que dibujaremos de la civilización burguesa, todas
las resistencias secundarias son arrastradas poco a poco, y en ello radica su
realidad tiránica.
Desde este
ángulo, la concepción burguesa es la culminación de un período de civilización
que se desarrolla desde el Renacimiento hasta nuestro días. Procede ella, en su
origen, de una rebelión del individuo contra una estructura social que se hizo
demasiado pesada y contra una estructura espiritual cristalizada. Esta rebelión
no era en su totalidad desordenada y anárquica. En ella latían unas exigencias
legítimas de la persona. Pero pronto se desvió hacia una concepción tan
estrecha del individuo que llevaba en sí desde el comienzo su principio de decadencia.
La atención orientada hacia el hombre singular no es, como a veces parece
creerse, disolvente en sí misma de las comunidades sociales; pero la
experiencia ha mostrado que toda descomposición de estas comunidades se
establece sobre un hundimiento del ideal personal propuesto a cada uno de sus
miembros. El individualismo es una decadencia del individuo antes de ser un
aislamiento del individuo; ha aislado a los hombres en la medida en que les ha
envilecido.
Decadencia del
individuo: del héroe al burgués
La era
individualista ha partido de una fase heroica. Su primer ideal humano, el
héroe, es el hombre que combate solitario contra potencias masivas, y en su
combate singular hace estallar los límites del hombre. Sus tipos viriles son:
el conquistador, el tirano, el Reformador, el Don Juan. Sus virtudes: la
aventura, la audacia, la independencia, la fiereza, la destreza también, pero
sólo en la medida en que duplica la audacia.
Bajo formas
llenas de prudencia, civilizadas: defensa de la iniciativa, del riesgo, de la
emulación, los últimos fieles del liberalismo intentan actuar aún con el
prestigio de sus orígenes. No pueden hacerlo más que disimulando, con ello, el
desamparo o la degradación en que la ciudad burguesa ha dejado estos valores.
Durante un tiempo, efectivamente, los jefes de empresa, o incluso ciertos
aventureros de las finanzas, han continuado mediante operaciones que nosotros
no defenderemos una tradición de altos vuelos. Mientras lucharon con cosas y
con hombres, es decir, con una materia resistente y viva, templaron de ese modo
una virtud innegable, hecha de astucia y a menudo de ascetismo. Al extender a
los cinco continentes el campo de sus conquistas, el capitalismo industrial les
dio unas posibilidades provisionales de aventura; pero, cuando inventó la
fecundidad automática del dinero, el capitalismo financiero les abrió al mismo
tiempo un mundo de facilidades donde toda tensión vital iba a desaparecer. Las
cosas con su ritmo, las resistencias, el paso del tiempo, se disuelven bajo el
poder infinitamente multiplicado que confiere, no ya un trabajo a la medida de
las fuerzas naturales, sino un juego especulativo, el de la ganancia obtenida
sin prestar ningún servicio, tipo al que tiende a asimilarse toda ganancia
capitalista. A las pasiones de la aventura se sustituyen entonces
progresivamente, los blandos goces del confort; a la conquista, el bien
mecánico, impersonal, distribuidor automático de un placer sin exceso ni
peligro, regular, perpetuo: el que distribuyen la máquina y la renta. Una vez
que se ha internado por los caminos de esa facilidad inhumana, una civilización
no crea ya para suscitar nuevas creaciones, sino que sus mismas creaciones
fabrican una inercia cada vez más tranquila. Dos atletas, con ayuda de la
publicidad arrastran a veinte mil individuos a sentarse en un estadio
creyéndose amantes del deporte. Un Branly, un Marconi, hacen posible que veinte
millones de personas estén clavados en sus sillones; un ejército de
accionistas, de rentistas, de funcionarios viven parásitos de una industria
que, por otra parte, cada día necesita menos manos de obra y, salvo un número
pequeño, menos cualificada.
De esa manera,
la sustitución de la ganancia industrial por el beneficio de especulación, y de
los valores de creación por los valores de la comodidad, han usurpado poco a
poco el ideal individualista, y abierto el camino en las clases dirigentes
primero, y después, por descensos sucesivos, hasta en las clases populares, a
este espíritu que llamamos burgués a causa de sus orígenes y que se nos
presenta como el más exacto antípoda de toda espiritualidad.
¿Cuáles son
sus valores? Por un gesto de orgullo viril, ha conservado el gusto por el
poder, pero por un poder fácil, ante el cual el dinero disipa el obstáculo y
ahorra una conquista de frente; un poder, además, garantizado contra todo
riesgo, una seguridad. Tal es la victoria mediocre soñada por el rico de la
Edad Moderna; la especulación y la mecánica la han puesto al alcance del primer
recién llegado. No es ya el dominio del señor feudal, unido a sus bienes y a
sus vasallos, ni es incluso, en el peor de los casos, la opresión de un hombre
sobre otros hombres. El dinero separa. Separa al hombre del combate con las
fuerzas al nivelar las resistencias; le separa de los hombres al comercializar
toda relación, al falsear las palabras y las conductas, al aislar en sí mismo,
lejos de los vivos reproches de la miseria, en sus barrios, en sus escuelas, en
sus vestidos, en sus vagones, en sus hoteles, en sus relaciones, en sus misas,
al que no sabe ya soportar más que el espectáculo cien veces reflejado de su
propia seguridad. Henos aquí lejos del héroe. El rico de la vieja época,
incluso está en vías de desaparecer. No hay ya sobre el altar de esa triste
iglesia más que un dios sonriente y horriblemente simpático: el Burgués. El
hombre que ha perdido el sentido del Ser, que no se mueve más que entre cosas,
cosas utilizables, despojadas de su misterio. El hombre que ha perdido el amor;
cristiano sin inquietud, incrédulo sin pasión, hace tambalear el universo de
las virtudes, en su loca carrera hacia el infinito, alrededor de un pequeño
sistema de tranquilidad psicológica y social: dicha, salud, sentido común,
equilibrio, placer de vivir, confort. El confort es, en el mundo burgués, lo
que el heroísmo era en el Renacimiento y la santidad en la Cristiandad
medieval: el valor último, móvil de la acción.
El confort
pone a su disposición a la consideración y a la reivindicación. La
consideración es la suprema aspiración social del espíritu burgués; cuando ya
no encuentra gozo en su confort, encuentra al menos una vanidad en la
reputación que posee con él. La reivindicación es su actividad fundamental. Del
Derecho, que es una organización de la justicia, él ha hecho la fortaleza de
sus injusticias, de ahí su radical juridicismo. Aunque ama muy poco las cosas
que acapara, es sumamente susceptible en cuanto a la conciencia de su derecho
presunto, que para un hombre de orden supone la más alta forma de conciencia de
sí mismo. No existiendo más que en el Haber, el burgués se define, ante todo,
como propietario. Está poseído por sus bienes: la propiedad ha sustituido a la
posesión.
Entre este
espíritu burgués, satisfecho de su seguridad, y el espíritu pequeño burgués,
inquieto por alcanzarla, no existe diferencia alguna de naturaleza, sino
únicamente de grado y de medios. Los valores del pequeño burgués son los del
rico, encanijados por la indigencia y la envidia. Roído hasta en su vida
privada por la preocupación de "progresar", igual que el burgués está
roído por la preocupación de la consideración, no tiene más que un pensamiento:
llegar. Y para llegar, un medio que él erigirá en supremo valor: la economía;
no la economía del pobre, débil garantía contra un mundo en que toda desdicha
es para él, sino la economía avara, llena de precauciones, de una seguridad que
avanza paso a paso; la economía a costa de la alegría, la fantasía, la bondad:
la lamentable avaricia de su vida aburrida y vacía.
Emmanuel
Mounier (1905-1950).- Manifiesto al servicio del personalismo (1936)
Extraído de:
"Antologías" Página del profesor M. Cobaleda
Enmanuel
Mounier (1905-1950): Personalista francés
"El
primer punto de referencia aquí debería ser el lugar adecuado del Estado. El
Estado, repitamos, no es la nación, ni siquiera es una condición que debe ser
cumplida antes de que la nación pueda llegar a existir. Sólo los fascistas
proclaman abiertamente que su meta es el bien del Estado. El Estado es aquello
que le da objetividad, fuerza y concentración, a los derechos humanos; emerge
espontáneamente de la vida de los grupos organizados, y en este respecto, es la
garantía institucional de la persona. El Estado está hecho para el hombre, no
el hombre para el Estado."
Emmanuel
Mounier nació en 1905 en Grenoble. Sus estudios incluyeron entrenamiento en
filosofía en su ciudad natal y luego en París. El estaba particularmente
intrigado por los escritos tanto de Charles Peguy, acerca de quién escribió un
libro, y de Nikolai Berdyaev. Un profesorado en filosofía en el Liceo De Saint
Omer marcó una distinguida carrera universitaria. El abandonó el puesto en 1932
para publicar Esprit, un periódico que el esperaba iluminara un tanto
espiritualmente a la malicia religiosa de Francia. Fue en este periódico en el
que los principios del personalismo fueron por primera vez lanzados. Aunque la
circulación del Esprit fue discontinuada en 191 debido a su prohibición por
parte del gobierno, esto no silenció a Mounier mientras se convertía en un
miembro activo de la Resistencia. Fue capturado en un momento, pero más tarde
libertado luego de declararse en huelga de hambre. Cuándo termino la guerra, el
se dirigió a la Sociedad Personalista de Londres y dio clases brevemente en el
Institut Francais. Desafortunadamente, su capacidad de trabajo no pudo mantener
el paso con su tenacidad física; el murió prematuramente de un ataque al
corazón en 1950.
Los
estudios de Mounier coincidieron con la creciente desilusión y fermentación que
alimentó la filosofía existencial francesa luego de la Primera Guerra Mundial.
So primer volumen académico, de hecho, fue realmente una introducción al
existencialismo de la época. Sus escritos acerca de esta tensión filosófica,
sin embargo, no implicaban que el estaba totalmente de acuerdo con las ideas
perpetuadas por tales pensadores como Jean Paul Sartre. Mounier se negó a
alinearse con la abandonada visión del hombre que tenían los principales
existencialistas; en cambio, él postuló la existencia como "un empuje de
energía una búsqueda por esperanza y amor, una invocación a aquello que está
más allá de la existencia del hombre." (No Temáis XXIII). El entendimiento
cuasi cristiano de Mounier del florecimiento humano, proveyó la piedra angular
de lo que más tarde se conoció como el personalismo, una filosofía que buscaba
reemplazar el existencialismo ateo de Sartre. La filosofía de Mounier proyectó
un entendimiento alternativo de la persona, la libertad y el estado, no sólo en
contra de la fatalista visión de Sartre, sino también en contra de la errónea
antropología de Karl Marx.
Si Mounier
tenía algo en común con Sartre, fue su aversión a la filosofía sistemática. Un
sistema intenta predecir las acciones de las personas y sus respuestas a varios
estímulos a un nivel muy objetivo, lo que significa que ciertos efectos se
esperan siempre luego de ciertas causas. Mounier le agrega una capa de
subjetividad a la epistemología del personalismo, en la espera de tomar en
cuenta las varias experiencias que son únicas a cada ser humano. De acuerdo con
su fe en la libertad creativa de la persona humana, Mounier se niega a aceptar
jerarquías sistemáticas, sobre regimentadas e impersonales. Es la afición y
tendencia humana por la creatividad espontánea la que hace de las fórmulas
económicas y sociales insuficientes para explicar el alcance y la predecibilidad
de la actividad humana.
La complejidad
de la actividad humana es meramente una reflexión de la complejidad del ser
humano. El hombre es todo cuerpo, por supuesto —una afirmación con la cual un
Marxista, Leninista o existencialista, estaría de acuerdo- pero también, es
todo espíritu. Esta última noción restaura la dignidad inherente que Sartre
rechaza, mientras combate la convicción de Marx, de que el hombre es únicamente
cuerpo. El hombre no puede existir sin el cuerpo, ciertamente, pero es el
reconocimiento de su espíritu el que completa la antropología que Marx rechaza.
Mounier utiliza la expresión de "existencia encarnada" para connotar
la unidad entre cuerpo y espíritu. Es el espíritu el que nutre el pensamiento,
y el cuerpo quien lleva el pensamiento a la expresión: "No puedo pensar
sin ser, y no puedo ser sin mi cuerpo, el cual es mi exposición —a mí mismo, al
mundo, a todos los demás: a través de él solamente puedo escapar la soledad de
un pensamiento que sería solamente un pensamiento acerca del pensamiento."
En resumen, la existencia objetiva del cuerpo, combinada con las experiencias
subjetivas del espíritu, actualizan a la persona.
La
terminología de Mounier es crítica para entender sus ideas acerca de la
sociedad. El compuesto que conforma a la persona nos necesariamente un sinónimo
con el uso de Mounier del término "individuo". El individuo es aquel
cuyo ego y libertad indirecta e ilimitada disminuye su sentido de vocación
moral, específicamente hacia otros. Esta es la "libertad" expuesta
por los existencialistas, especialmente Sartre, pero esta es una fuerza
aislante, que restringe al hombre a trabajar para sí mismo para darle sentido a
su aparentemente innecesaria existencia. Mounier, sin embargo, argumenta que el
aislamiento del hombre permanecerá penetrante hasta que renueve su sentido de
vocación moral, algo es posible solamente en una comunidad. La persona y la
vocación, en las palabras de Mounier, son posibles "sólo en su sin igual
obediencia al orden de Dios, el cual es llamado "amor al prójimo"’.
Amar a otros involucra las relaciones interpersonales y la interacción
comunitaria, cuyo resultado es "reconciliar al hombre a sí mismo,
exaltarle y transfigurarle." Esto deja al hombre abierto a experiencias y
a la trascendencia, experiencias que no están disponibles al individuo aislado.
"Entonces, si la primera condición del individualismo es la centralización
del individuo en sí mismo," concluye Mounier, "la primera condición
del personalismo es su descentralización, para poder colocarle en las
perspectivas abiertas de la vida personal."
Al extranjero,
el énfasis de Mounier en la comunidad y su habilidad para ayudar al individuo
en la trascendencia de sí mismo podría indicar tendencias marxistas. A pesar de
que Mounier reconoce que el personalismo tiene algún compañerismo con la
filosofía de Marx, las diferencias, el cree, son significativas: "Un
marxismo que está entonces abierto no puede estar lejos del realismo
personalista, si se uno con la inspiración original de Marx, que se enfocaba,
más que en el desorden de las cosas, en la alienación de la persona y enfocada,
más allá de la adaptación de la sociedad, a la liberación del hombre. Es cierto
que el personalismo ilumina más el campo de la interioridad y la trascendencia
que la mayoría del Marxismo." (No Temáis 172). Al enfatizar la
"interioridad" cambia radicalmente el lugar de la persona humana en
el entendimiento marxista de la economía. Cuando una persona existe solamente
como una tuerca en una máquina productora de riqueza, sólo en su aspecto
físico, o aquello que fabrica los medios para la prosperidad, pierde su valor.
Para prevenir que la persona se convierta en el medio para un fin económico
impersonal, Mounier respondió al fracaso marxista al reconocer la dimensión
espiritual del hombre. Sin tomar la naturaleza dual del hombre en cuenta, el
trabajo, por ejemplo, se puede convertir en una actividad degradante y
deshumanizante.
Mounier
también tenía poca simpatía por un gobierno intrometido en las vidas de las
personas. Para Mounier, la mera existencia del estado es una admisión social de
que el hombre puede ejercer poder sobre el hombre, una noción que es engañosa a
la idea personalista de comunidad. El argumenta, sin embargo, que la
inevitabilidad del estado no necesariamente le otorga autoridad. En cambio, su
autoridad deviene de personas libres que dependen de ella para preservar sus
libertades dirigidas. Si una persona ejerce adecuadamente su libertad, entonces
el estadio no debería ser una inconveniencia en las vidas de la ciudadanía.
Para Mounier, "El hombre libre es aquel a quién el mundo le plantea
cuestiones y las resuelve adecuadamente; es el hombre responsable. La libertad
de este tipo es una fuerza que une, no que divide, y lejos de tender a la
anarquía, es, en el sentido original de la palabra, religiosa y devota."
(Personalismo 64). En esencia, cuando la libertad existe como un fin en sí
mismo, removida de su aplicación religiosa, "centraliza" al hombre en
sí mismo, causando división en las comunidades. Cuando esto ocurre, los
individuos, no las personas, ven hacia el estado para que les provea aquello
que la comunidad puede proveer. Una sociedad de individuos, entonces, no puede
prevenir por mucho tiempo el advenimiento del estatismo.
La corta vida
de Emmanuel Mounier tuvo un profundo impacto en el panorama filosófico de la
Europa moderna. Su preocupación no era el formular un nuevo sistema de economía
o el diseñar un estado utópico fuera de la tierra de desecho social de la
Europa de postguerra. En cambio, Mounier buscaba preservar la dignidad humana
que la Primera Guerra Mundial había desestabilizado. El buscó no sólo en los
principios de la fe cristiana para apoyar sus argumentos, sino también a un
tipo de filosofía humanística, las cuales le ayudaron en su ataque a la
desesperación y existencialismo ateo. Su trabajo serviría más adelante de
inspiración para muchos, incluyendo al Papa Juan Pablo II, y otras luminarias
religiosas.
Pequeña
Bibliografía de las Obras Principales de Emmanuel Mounier
Manifiesto
Personalista Trad.
Monjes de la Abadía de San Juan. Londres: Longmans, Green and Co.,
1938
No Temáis:
Estudios de Sociología Personalista
Trad. Cynthia Rowland. Londres: Rockliff, 1951
El Carácter
del Hombre Trad.
Cynthia Rowland. Londres: Rockliff, 1956.
El Despojo
de los Violentos Trad.
Katherine Watson. West Nyack : Cross
Currents, 1955
Personalismo Trad. Philip Mariet. Universidad de Notre
Dame, 1952.
Oeuvres París, Ediciones du Seuil, 1961-63. 4
vols.
Fuente:
http://es.geocities.com/paginatransversal/mounier/index.htlm